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domingo, 19 de mayo de 2013

La extraña unión de los príncipes de Mónaco

Treinta príncipes y princesas de las casas reinantes del mundo asistieron a finales del pasado abril a las ceremonias de abdicación de la reina Beatriz de Holanda y de investidura como reyes de su hijo primogénito, Guillermo-Alejandro, y su esposa, Máxima Zorreguieta.

Allí viajó el príncipe reinante Alberto II de Mónaco, pero su esposa Charlene no acudió a Ámsterdam. Al ser conocida su ausencia, todas las alarmas de quienes se ocupan de los asuntos del corazón de la realeza saltaron con estridencia. Ella se justificó al decir que se encontraba en la boda de su mejor amiga en Durban (Sudáfrica).

Además, la sudafricana, de 35 años, durante su estancia en su país de origen, concedió una entrevista al periódico The Sunday Times. En ella hablaba del trabajo hecho por su fundación, de sus planes para convertirse en madre y se refería al príncipe Alberto como “el amor de mi vida”. “No me someto a presión (para tener descendencia). Si ocurre, ocurre”, precisó.

“Tuvimos una gran boda. Después de eso hubo un periodo de adaptación. Quería que mi fundación estuviera en marcha... Ahora creo que los hijos llegarán”, añadió.

Relaciones correctas

El caso es que, en público, las relaciones de Charlene y Alberto se pueden considerar sólo como correctas. Son representantes del Principado y cumplen su papel institucional con profesionalidad. Otra cosa diferente es si entramos en el terreno de lo personal.

Hace casi dos años que se casaron, en julio de 2011, y poco antes de su boda el príncipe Alberto y su entonces todavía prometida, Charlene Wittstock, afirmaban que querían tener un hijo pronto, según relataban en una entrevista a la publicación francesa Le Journal du Dimanche.

“Me encantan los niños -decía la exnadadora- y tener una familia está entre nuestros proyectos. Esperamos tener un hijo pronto”.

Además, el príncipe indicaba, en la misma entrevista, que los dos tenían ganas de casarse, aunque no sentían “ningún estrés particular”.

Lo cierto es que ya se les han adelantado en Mónaco a la hora de tener niños: el pasado marzo, su sobrino y primogénito de la princesa Carolina, Andrea Casiraghi, y su prometida, Tatiana Santo Domingo, de padre colombiano y madre brasileña, tuvieron su primer retoño, tercero en la línea de sucesión hasta que no tengan descendencia el actual soberano, Alberto II, y su mujer Charlene.

Si los príncipes de Mónaco llegaran a tener un hijo, sería el heredero del Principado, ya que no tienen derechos sucesorios los dos hijos que Alberto tuvo antes de su matrimonio: una joven de 21 años fruto de una relación con una estadounidense y un niño de diez años que nació de un idilio con una azafata de Togo.

Antes de la boda

No obstante, los preparativos de su boda y su extraña luna de miel ya estuvieron teñidos de controversia. A tres días de su enlace, el sitio internet del semanario francés L’Express publicó que Charlene Wittstock había ido hasta el aeropuerto de Niza y tratado de tomar un avión para su país, Sudáfrica, después de descubrir nuevos asuntos oscuros de la vida de Alberto.

Por cierto, en enero pasado el matrimonio fue indemnizado por el dominical The Sunday Times (otro periódico, The Guardian, estimó en 300 mil libras -467 mil dólares- la indemnización) por una noticia falsa publicada por el medio de comunicación en julio de 2011, que aseguraba que ella no quería casarse con él.

El abogado de la pareja, Mark Thomson, argumentó que la noticia de The Sunday Times, publicada dos días después de su boda con gran repercusión mediática, había causado un gran disgusto a los recién casados.

El periódico londinense afirmó en el artículo que Alberto había llegado a confiscar el pasaporte de ella en el aeropuerto de Niza con el fin de evitar que dejara Mónaco.

También decía que Charlene no había querido casarse porque había descubierto que el príncipe, con fama de mujeriego, tenía un tercer hijo secreto, pero había acabado cediendo a cambio de dinero y con la idea de anular el matrimonio pasado un tiempo.

De cualquier manera, los chismes sobre la pareja continuaron después de su boda y, por ejemplo, los medios de comunicación se hicieron eco de que durante su viaje a Sudáfrica los príncipes dormían en hoteles diferentes, algo que el Palacio de Mónaco justificó desde el principio por las obligaciones de Alberto como miembro del Comité Olímpico Internacional.

Harta de habladurías, en noviembre de 2011, Charlene de Mónaco negó los rumores que como oscuros nubarrones se cernían sobre ella desde su boda, según los cuales tenía serias dudas de contraer matrimonio y que incluso pensó “plantar” al príncipe y “fugarse” a Sudáfrica antes del enlace.

“¿Por qué pasar por todo este esfuerzo, disfrutar de un par de días fantásticos junto a nuestros amigos más íntimos y queridos, para luego tener dudas? Sinceramente, me parece de risa”, declaró la princesa de Mónaco, acompañada por su marido durante una entrevista a la cadena NBC.

No salen juntos

Además, las veces que la pareja aparece en público son cada vez menos. En Mónaco, prácticamente solamente han acudido juntos al Baile de la Rosa y al torneo de tenis.

A ella se la puede ver por París de compras; él bailó samba en el carnaval de Río de Janeiro y practica sus deportes favoritos con sus amigos.

Ahora parece relevante la ausencia de Charlene de Mónaco en la ceremonia de entronización de Guillermo-Alejandro como rey de Holanda. Y todo para ir a la boda de una amiga en Sudáfrica.

El tiempo dirá si los rumores sobre sus desavenencias son infundados. Lo cierto es que, por el momento, su unión se halla bajo sospecha, y su matrimonio ya se puede calificar de extraño. O casi mejor, peculiar, como de conveniencia. (EFE Reportajes)


Un diario dijo que Charlene no había querido casarse porque descubrió que el príncipe, con fama de mujeriego, tenía un tercer hijo secreto, pero había acabado cediendo a cambio de dinero...

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