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jueves, 19 de mayo de 2016

CELEBRITIES Julia Roberts conquista a todos los públicos

Cada año la alfombra roja de Cannes se llena de invitados inquietos por tener que desfilar por uno de los escaparates más influyentes del mundo. Por cada Marion Cotillard (presente en todas las ediciones desde 2011), hay muchos desconocidos que se tienen que enfrentar a su primera vez en el festival.

Un desafío en el que todo el mundo espera algo de ti. Los fans gritan tu nombre y reclaman la foto o firma de turno; los fotógrafos no pararán hasta sacar tu mejor sonrisa y los periodistas demostrarán sus ganas de ser más ingeniosos que tú en las marcianas ruedas de prensa que amenizan el día a día. La gran sorpresa de la 69 edición del certamen fue descubrir que una de esas “novatas” no era otra que Julia Roberts.

La actriz es toda una superviviente con más de cuarenta títulos en su filmografía, cuatro nominaciones al Oscar –incluyendo una estatuilla dorada por Erin Brockovich– y miles de millones dólares en el banco para los estudios que financiaron sus películas. Sin embargo, Roberts nunca había dejado ver sus larguísimas piernas por la Croisette. Hasta ahora, cuando está a punto de entrar en su tercera década como actriz profesional, ninguna de sus películas había sido invitada a participar en el festival más importante del mundo. La culpa es de Money Monster, un thriller ambientado en el mundo de los medios de comunicación y las finanzas dirigido por Jodie Foster y en el que comparte escenas con “uno de mis mejores amigos en todo el mundo”, George Clooney.

Fue la novia de América durante los años noventa, pero, por contradictorio que resulte, Julia Roberts nunca ha sido una actriz para todos los públicos. Mientras el gran público la coronaba como la última gran estrella femenina del siglo XX gracias a películas como Pretty Woman y La boda de mi mejor amigo, la crítica y los cinéfilos más esnobs la despreciaban por entregarse de lleno al cine comercial en general y al eternamente despreciado género de la comedia romántica en particular. Durante muchos años, ella contribuyó a esa imagen que tanto gustaba a uno y espantaba a otros.

En la primera parte de su carrera - esa que duró hasta que ganó el Oscar y empezó a trabajar menos para dedicar más tiempo a su familia -, Roberts huyó de los riesgos y la versatilidad de la que sí podía presumir, irónicamente, Anna Scott, su alter ego en Notting Hill. Julia no había pasado por Cannes por la misma razón por la que Cameron Díaz sólo ha pisado la Croisette para presentar la segunda parte de Shrek: no hacen “ese” tipo de películas.

En 28 años de carrera la actriz se ha dejado ver por festivales de cine con cuentagotas. En 1996 Roberts tuvo que aguantar cómo en la Berlinale se metían con ella por su nulo acento irlandés en Mary Reilly. Meses más tarde se resarció con Michael Collins, una película sobre el IRA que rodó con Liam Neeson - su pareja de entonces - y que terminó llevándose el ansiado León de Oro de Venecia. En los veinte años siguientes, solo estuvo en San Sebastián para recoger el Premio de Donostia en reconocimiento a su trayectoria y, de paso, promocionar con Javier Bardem la adaptación del bestseller Come, Reza, Ama. Sin llegar a meterse a la (siempre escéptica) prensa en el bolsillo, Roberts sacó varias carcajadas en la rueda de prensa y cumplió en el discurso de agradecimiento por un premio honorífico que recogía con tan sólo 42 años.

“Creo que sólo Jack O’Connell [compañero de reparto en Money Monster] puede entender lo aterrorizada que me siento en este momento”, confesaba en la rueda de prensa del fi lme una actriz que, tras tocar el cielo, ha sabido aceptar su nuevo lugar en la industria. En el Hollywood de hoy en día, las garantías ya no llegan de los grandes nombres. Si antes el que importaba era Harrison Ford, ahora los estudios se centran en encontrar al nuevo Han Solo. Las estrellas han pasado a un segundo plano después de que las majors hayan conseguido finalmente que el espectador medio acepte que lo importante es el personaje y no la persona que lo interpreta.

Tuvo que cumplir 40 años para soltarse su (larguísima y ya desaparecida) rojiza melena a la hora de elegir papeles. En Closer empezó a decir tacos, con Agosto perdió el miedo a resultar antipática en la gran pantalla - y no solo detrás de ella y en películas como El secreto de una obsesión y ahora Money Monster ha demostrado que no necesita ser la reina de la fiesta para aceptar un proyecto. Saber qué es lo que uno quiere y de lo que es capaz es una herramienta clave para sobrevivir en la jungla de Hollywood. Julia ha llegado a ese punto de madurez en su carrera. Cuando un periodista le preguntó en Cannes si seguiría los pasos de Foster probando suerte en la dirección, la actriz fue rotunda: “No. Soy muy consciente de las limitaciones de mi intelecto y mi paciencia. No soportaría la idea de que más de cuatro personas me hagan preguntas en una hora”.

Los espectadores españoles aún tendrán que esperar hasta el 8 de julio para ver a la actriz en el papel de Patty Fenn, una productora de un programa de televisión sobre Wall Street que tiene que lidiar con el secuestro, en directo y a punta de pistola, de su presentador estrella. El estreno de Money Monster coincidirá con el rodaje de Wonder, una película del director de Las ventajas de ser un marginado en la que interpretará a la madre de Jacob Tremblay, el niño revelación de La habitación. Esperemos que esta vez no pasen otros 28 años para verla de vuelta en la Croisette. Con su sonrisa y rebeldía de siempre.

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