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miércoles, 22 de julio de 2015

Cómo hablar de Kim Kardashian sin parecer un idiota

¿Cómo contar la relación de un chico con la belleza femenina, un tema tan central en nuestras vidas, sin parecer un idiota machista?

Empezar hablando de Kim Kardashian no es un buen comienzo. Si hay que hablar de Kardashian siempre será más cómodo abordar su historia como un fenómeno mercantil: Frases del tipo: Kim Kardashian ingresó 28 millones de dólares el año pasado sin, aparentemente, trabajar en nada concreto. ¿De dónde llegan sus ingresos? He estado buscando: Kardashian recibe dinero por sus bolos en televisión, por asistir a eventos, por las ventas de ropa y cosméticos y, en una proporción aún pequeña pero al alza, venta de publicidad (más bien encubierta) en redes sociales. Cuando Kim deja caer en su instagram que qué estupendo su nuevo pintalabios, está haciendo negocios. También sería sencillo jugar a científico social: ¿qué dice Kim Kardashian de nuestro mundo líquido y posmoderno? ¿De la sexualidad, de la relación con nuestros cuerpos, del feminismo? El otro día, alguien escribía que Kim Kardashian era una heroína feminista de nuestro tiempo, un equivalente moderno de las hermanas Brontë. Bueno.

¿Pero y la belleza? ¿Quién querría hablar de la emoción o la indiferencia que le provoca Kardashian sin quedar como un hombre vulgar, como un esnob o como las dos cosas a la vez?

Me acuerdo de una frase: "La abuela Mercedes era un bellezón de joven", se decía en casa con alguna frecuencia. "La abuela era un bellezón y el abuelo, un hombre feo pero muy inteligente y muy culto", se recitaba, de acuerdo con una fórmula clásica que entonces me parecía muy natural pero que, lo comprendo ahora con una sonrisa de ternura, es un poco impresentable: la guapa y el listo, bella y bestia son.

La prueba de la belleza de Mercedes era una fotografía suya, calculo que de 1932 o 1933, en la que la abuela llevaba una banda sobre el pecho en la que se podía leer, ejem, ejem, 'Miss Deportivo Alavés'. Y la prueba era la banda, porque la muchacha de la foto no me parecía bonita. Una cara redonda con rasgos de muñequita más bien insulsos y, eso sí, un pelo a lo chico que le ponía un poco de audacia al asunto. No reconocía la imagen de mi abuela setentona en aquella chica, ni me parecía que ésa fuera la idea de belleza que tenía en la cabeza. Mucho más atractiva me pareció su hermana, la tía Blanca, en una foto que apareció años después, cuando murió Mercedes. ¡Si se parecía a Ingrid Bergman! Nunca conocí a Blanca y creo que mi padre no la vio más de una o dos veces. Su leyenda era la de una mujer de carácter endemoniado, colérica, quizá promiscua (no hay datos claros) y con tendencia a meterse en líos en los casinos. Alguna vez leí algo sobre el trastorno bipolar y pensé que ése era el caso de la pobre Blanca. Pero entonces mi mujer, la madre de mi hija, me preguntó si el trastorno bipolar tiene componente genético y dejé de imitar a los psiquiatras.
La belleza a través de los siglos

Perdón, tiendo a la digresión. La conclusión de aquellas fotografías era que Mercedes era un poco poca cosa para poder presumir de ella y que su encanto era antiquísimo a esas alturas de los años 90. Por entonces, era un crío dócil que no quería romper con la cultura de mis padres. Y dentro de eso que llamo la 'cultura de los padres' estaba un canon de belleza femenina muy claroque, sorpresa, coincidía con el aspecto de mi madre. Si alguna vez lee estas líneas, Mamá dirá que soy idiota, pero una de las ideas más nítidas con las que crecimos en casa era que, de todas las mujeres guapas que en el mundo hay, sólo las flacas, morenas y ligeramente andróginas merecen nuestra verdadera admiración. Mi madre lo era, con 25 años más sigue siendo así.

¿Qué puedo decir de esa idea? Lo primero, lo más obvio, es que crecimos sin ninguna imagen parelela sobre la belleza masculina. O quizá sí, porque ahora recuerdo que, hace no mucho, mi hermana se encontró con una foto de mi padre con treinta y tantos y cayó en que, de alguna manera, se parecía a su novio. Debería preguntarle.
Buenos huesos

Lo segundo es que esa idea tenía un matiz clasista. Intentaré explicarme: mis padres han sido profesionales liberales, universitarios con tendencia a arruinarse pero más o menos sofisticados. Y aunque esto no se diría jamás con palabras, estaba en el aire que a la gente como nosotros nos gustaban las mujeres con el pelo corto y los omoplatos marcados, las que parecían sacadas de las películas francesas (películas que, en realidad, no empecé a buscar hasta que me fui a estudiar a Madrid, algunos años después). En cambio, las chicas rubias y monas gustaban a aquellos que eran más ricos y más incultos que nosotros y las mujeres de grandes pechos y caderas... Ésas eran, en fin, podían ser guapas, pero eran otro tipo de guapas.

Me viene a la cabeza un elogio que escuché muchas veces de mis padres (también de mi madre) en esa época y que me sonaba muy refinado: "Esta mujer tiene buenos huesos".

Otra idea que me viene a la cabeza: aquella imagen un poco pija de la guapa como Anna Karina en 'La chinoise' tiene mucho que ver con una idea del feminismo que hoy nos parece antigua. Alguna vez lo he hablado con mi madre y lo recordé hace poco, cuando leí las memorias de Kim Gordon (Kim Gordon sólo tiene un año menos que mi madre, siempre me ha asombrado ese dato): para las mujeres de su generación, para las que fueron a la universidad y quisieron ser buenas profesionales, la manera de ser feminista consistía en ignorar el hecho de que eran mujeres. Bebían y fumaban "como tíos", trabajaban "como tíos", se reían con las bromas "de los tíos", vestían "como tíos", expresaban su afecto "como tíos"... Los pechos grandes les estorbaban, igual que los collares y las melenas y, a veces, la maternidad. Aún hoy tiendo a sentir simpatía por esa manera de estar en el mundo pero no ignoro que es más divertido verlo desde fuera que vivirlo desde dentro.
Bergman, Bacall, Leigh

Después pasaron los años: tuve alguna novia que se parecía a mi madre y alguna novia que no; tuve interés por chicas rubias y monas, por chicas flacas y masculinas y por chicas de caderas y pechos grandes... También recuerdo alguna conversación con amigos sobre las actrices antiguas cuya imagen nos parecía atractivas en el siglo XXI. Elizabeth Taylor, no; Marylin Monroe, sí pero con un poco de mala conciencia; Ingrid Bergman, sí; Greta Garbo, sí; Viviann Leigh, no; Lauren Bacall, sí; Sophia Loren, sí pero un poco como una broma; Marlene Dietrich... yo creo que no, tío, qué miedo tenía que dar tanta mujer. Entonces, las chicas de la pandilla preguntaban por los actores antiguos que nos parecían guapos y nosotros contestábamos con los eufemismos con los que los varones heterosexuales hablamos de la belleza masculina: bueno, Gregory Peck era apuesto; Spencer Tracy podía colar como un feo que estaba bieny Belmondo, sí, claro, sería estupendo parecerse a Belmondo, mucho mejor que a Alain Delon que era un guapito de cara cualquiera y envejeció mal. ¿Rock Hudson y todos los demás? Nada de nada de nada... ¿Y Humphrey Bogart? Yo diría que no, pero ahí había división de opiniones.

Y ahora, los recuerdos se encadenan y me viene a la cabeza la obsesión de mi padre por Romy Schneider que "al principio era muy cursi, pero luego, al final, cuando estaba deprimida y se suicidó, se convirtió en una mujer impresionante". La frase me sigue haciendo reír aunque sé que tiene algo de siniestro.

En fin, vuelvo a divagar.

Este hilo debería llevarnos hasta Kim Kardashian. Estábamos en que pasaron los años y, de alguna manera, me liberé de esa idea de la guapa flaca andrógina. En parte pero no del todo. Vi películas francesas de los 50 y 60 un poco pedantes y películas estadounidenses de los 40 más bien ñoñas. Aprendí a usar frases prudentes para describir a las mujeres que me parecían atractivas. Y aparecieron en nuestras vidas Kim Kardashian y Keira Knightley, no sé si al mismo tiempo, pero casi. ¿Keira Knightley? ¿Qué pinta aquí Keira? El caso es que tiendo a relacionar a Kardashian y a Knightley, quizá porque sus iniciales son las mismas y quizá porque no pueden ser más diferentes entre ellas. Keira me encanta y me temo que es porque apela a ese algo que está dentro de mí desde la infancia. Una vez, creí identificarla en el personaje de una novela de John Banville, cuyas iniciales eran DD (ésa era 'la gran pista'), aunque seguramente todo fuera una imaginación mía. Y me enamoró en una entrevista en la que decía que vivía un poco atormentada porque, por su aspecto huesudo, todo el mundo tendía a ver en ella a una guapa-intelectual, cuando, en realidad, es tan cabeza de chorlito como cualquiera o más. ¿Qué si la encuentro sexy? Pues más bien sí, la verdad.

¿Y Kim? Kim también me ha hecho mucha gracia, desde el principio. Me ha hecho gracia descubrir que su cara, ya sé que reconstruida en los quirófanos, me parece bonita y fina, que creo que expresa inteligencia. Me hace gracia su juego de lista-tonta, ese no saber si la chica se está riendo de sí misma, si se ríe de nosotros o si es que es así. Me hicieron gracia las fotografías aquellas famosas de la piscina, me hicieron gracia por zafias, y las de la botella de champán, por circenses. Supongo que si fuera mujer me divertirían menos estas cosas, las encontraría un poco ofensivas. Pero... ¿La encuentro sexy? No sabría decirlo, entre otras cosas, porque creo que nunca he conocido a nadie que se parezca a Kim Kardashian. Tengo la tentación de preguntarle a un amigo qué piensa él, si encuentra sexy a Kim, pero entonces pienso en su mujer, una chica medio rusa medio española, huesuda, guapa y severa como una gimnasta. Probablemente, mi amigo diga las mismas vaguedades y haga las mismas bromas que yo. En fin: de alguna manera, reconozco esa vibración en el cerebro que relacionamos con la palabra "guapa".

Qué difícil es hablar de estas cosas y no sentirse ridículo.

¿Significa su éxito que existe una esencia antropológica de la belleza femenina que nos lleva hasta la Venus de Eillendorf y el instinto de conservación de la raza? Quizá, pero que conste que mi madre, flaca y fumadora, ha sido una buena madre. Hace unos años cayó en mis manos un libro sobre la historia de la morbidez. Se llamaba 'La metamorfosis de la grasa' y lo firmaba Georges Vigarello (editado por Península). En su momento, apunté algunas ideas algo sobre el texto: "la gordura perdió su buen nombre en el siglo XIV, el último de grandes hambrunas en Europa; las órdenes mendicantes fueron los primeros propagandistas contra la obesidad; la costumbre de pesar el cuerpo humano se implantó en el siglo XIX; a los contemporáneos de Rubens, las modelos del pintor flamenco tampoco les parecían muy 'normales'". ¿Significa Kim Kardashian una vuelta atrás en ese camino hacia la delgadez que nos ha llevado nosecuántos siglos? Qué sé yo. Habrá que darle tiempo y ver si desaparecen las máquinas de 'step', ¿no?. Pero qué mal me cae ahora leer esa palabra, 'normales'.

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